Para el 12 de julio está prevista la
realización del congreso confederal de la CGT para elegir al nuevo consejo
directivo de la CGT. La ruptura entre Moyano y el gobierno de Cristina Kirchner
es un hecho irreversible, por lo menos hasta esa fecha, ya que no se puede
descartar que si Moyano retiene la conducción de la CGT, aunque debilitado por
la lucha interna y por el condicionamiento de los dirigentes que se le oponen,
vuelva a buscar un nuevo punto de equilibrio y de acuerdo con el gobierno.
Ni Cristina ni Moyano están interesados en
la defensa de los intereses de los trabajadores. Si Cristina se quiere sacar de
encima a Moyano es porque éste le estaba reclamando una tajada más importante
de poder político a cambio de los servicios prestados manteniendo bajo control
al movimiento obrero y dándole el apoyo a su candidatura. Además Moyano hizo
pública su aspiración a la sucesión presidencial, cuando en su discurso del
acto de River dijo que sería bueno que el próximo presidente fuera “un
trabajador”. Cristina no lo quiere bajar a Moyano para poner sindicalistas
democráticos y combativos, sino que se apoya en otro sector de la burocracia
sindical: “los gordos” como Lezcano (Luz y Fuerza), West Ocampo (Sanidad) y
Cavallieri (Comercio) que fueron colaboracionistas de la dictadura y el
menemismo, los independientes como Andrés Rodríguez (Upcn), y Gerardo Martínez
de la Uocra, cuyas patotas son lanzadas contra las huelgas –por ejemplo- como
la de los docentes de Santa Cruz. Este último era el candidato preferido por el
gobierno hasta que se hizo público que fue agente encubierto del servicio de
inteligencia del ejército durante los últimos años de la dictadura. Ahora el
que aparece como candidato más firme a la sucesión es Antonio Caló de la UOM.
La
burocracia sindical se pelea por la torta
La decisión del gobierno de desplazar a
Moyano desató la lucha interna en la central obrera. En este marco, el 3 de
abril se realizó una reunión de los principales dirigentes que buscan desplazar
a Moyano, en la cual a “los gordos” y “los independientes”, se sumó el inefable
Luis Barrionuevo de la CGT Azul y Blanca, Daer de la alimentación y Fernández
de la UTA. Según declaraciones de Lezcano en esa reunión barajaron impulsar una
conducción “tripartita”, de manera de unificar a los opositores a Moyano.
Por su parte Moyano aspira a la reelección a
la conducción de la CGT para, desde ese posición de fuerza, negociar la
impunidad frente a las causas judiciales que lo amenazan, relacionadas con el
negociado de los medicamentos truchos de las obras sociales, y para mantener el
poder económico acumulado durante los últimos años, por ejemplo, el manejo de
Covelia (una empresa de recolección de residuos que mantiene convenios con
varios municipios del conurbano), y otros negocios que le permitieron –entre
otras cosas- comprar una estancia en Henderson valuada en alrededor de 4
millones de dólares.
La base del movimiento obrero, los
trabajadores, están ajenos a esta lucha interna por arriba. A ambas facciones
de burócratas los impulsa la preservación de sus intereses y prebendas
personales. Por eso ni se les ocurre llevar esta discusión a la base, por la
misma razón que nunca hacen asambleas democráticas. No quieren que la
intervención de la base los condicione o les vote objetivos y métodos
diferentes que les impidan concretar sus acuerdos espurios. Los trabajadores en
su gran mayoría saben que los burócratas sindicales son unos tránsfugas y los
ven con desconfianza, pero la organización de una oposición clasista a la
burocracia no es cosa fácil, porque los activistas clasistas somos doblemente
perseguidos por los burócratas y por las patronales y gobiernos.
Es que desde hace muchos años los sindicatos
cegetistas son controlados por la burocracia sindical, que es una casta de
dirigentes que tienen grandes prebendas materiales gracias al manejo de los
fondos de las obras sociales y a los acuerdos que hacen con las patronales y
sus gobiernos, en contra de los intereses de los trabajadores. Por eso estos
burócratas, para defender sus beneficios materiales están dispuestos a todo
para defender sus “sillones” y sus millones.
Los trabajadores no tenemos nada que esperar
de estos dirigentes burocráticos y propatronales, salvo nuevas traiciones. Para
que los sindicatos sirvan para luchar por nuestras reivindicaciones, tenemos
que organizarnos en agrupaciones clasistas, luchando consecuentemente por las
reivindicaciones más sentidas y por la democracia sindical, ganar el apoyo de
la mayoría de los trabajadores, y expulsar a estos burócratas de los sindicatos.
Una
explicación marxista de la burocracia sindical
Los sindicatos nacieron a principios del
siglo pasado como organizaciones de lucha de los trabajadores. Las primeras
direcciones sindicales fueron anarquistas y socialistas; luego socialistas y comunistas.
Cuando Perón asume la secretaría de trabajo en 1943, tras el llamado “golpe de
los coroneles” del GOU (Grupo de oficiales unidos), se apoya en el movimiento
obrero, al cual le hace importantes concesiones, lo cual -tras el famoso 17 de
octubre de 1945- le permitirá llegar al gobierno. Desde allí mantiene al
movimiento obrero como la base fundamental de apoyo político a su gobierno,
pero para controlarlo férreamente favorece desde el poder del Estado el ascenso
de la burocracia sindical peronista.
Esta relación entre la burocracia sindical y
el estado capitalista no fue un “invento” del peronismo, sino una
característica general de la época imperialista. Como explica Trotsky:
“Hay una característica común, en el
desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración, de las modernas
organizaciones sindicales en todo el mundo; su acercamiento y su vinculación
cada vez más estrecha con el poder estatal. Este proceso es igualmente
característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y
“anarquistas”. Este solo hecho demuestra que la tendencia a “estrechar
vínculos” no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de
condiciones sociales comunes para todos los sindicatos.
El capitalismo monopolista no se basa en la
competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección
centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos trusts,
monopolios, bancas, etc., encarnan la vida económica desde la misma perspectiva
que lo hace el poder estatal, y a cada paso requieren su colaboración. A su vez
los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de
la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben
enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder
estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos – mientras se mantengan
en una posición reformista, o sea de adaptación a la propiedad privada- de
adaptarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. (...)
Los países coloniales y semicoloniales no
están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero.
Pero este hecho fortalece, en vez de debilitarla, la necesidad de lazos
directos, diarios, prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos
que, en esencia, dominan, los gobiernos de los países coloniales y
semicoloniales. Como el capitalismo imperialista crea en las colonias y
semicolonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan
el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen un rol de
protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Esta es la base social
más importante del carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos de
las colonias y de los países atrasados en general. Esta es también la base de
la dependencia de los sindicatos reformistas respecto al estado.” (1)
Frente a la burocracia sindical cegetista, a
principios de los ‘90 se produjo una ruptura y la creación de la CTA, la cual
enarbolaba las banderas de un sindicalismo “distinto”, democrático y autónomo,
es decir, supuestamente independiente del estado, los gobiernos y de los
partidos políticos.
Hay activistas honestos que sostienen que
los dirigentes de la CTA no son burócratas porque no tienen prebendas
materiales, y que los dirigentes de algunos de los sindicatos adheridos –por
ejemplo, algunas seccionales de ATE y algunos sindicatos docentes- mantienen un
régimen formalmente democrático, con asambleas y consulta a las bases. Sin
embargo nosotros entendemos que el concepto de burocracia sindical se aplica no
sólo a los que defienden prebendas materiales, sino a los dirigentes sindicales
que son agentes políticos de la burguesía en el movimiento obrero, y como tales
no desarrollan consecuentemente la lucha de clases, sino que por el contrario
promueven la conciliación de clases, es decir van en contra de los intereses inmediatos
e históricos del proletariado. En ese sentido, algunos dirigentes sindicales
pueden mantener ciertos márgenes democráticos formales por un tiempo, hasta que
la polarización de la lucha de clases los lleva a imponer con métodos
burocráticos una política al servicio de algún sector burgués.
Los dirigentes “reformistas” de las dos CTA,
tanto Yasky y cía, como los encabezados por Michelli, son correa de transmisión
de los intereses patronales en el movimiento obrero. La CTA de Yasky mantiene
una relación estrecha con el gobierno kirchnerista (sólo matizada con algunas
críticas hechas desde su ubicación de aliado). La CTA de Michelli se ha ubicado
como la pata sindical del FAP (Frente Amplio Progresista), siendo su dirigente
histórico De Gennaro- unos de los dirigentes y candidatos de ese frente
político-patronal encabezado por Binner, en el cual participan también la ex
radical Stolbizer, y radicales de la UCR, junto a Libres del Sur y el PCR. La
autonomía que figura formalmente en los estatutos es letra muerta en la
práctica.
Hay una camada de honestos compañeros,
“viejos” militantes, y camadas de nuevos activistas sindicales, surgidos
después del 2001, que se volcaron a la lucha exclusivamente sindical, militan
en los sindicatos adheridos a la CTA y rechazan a todos los partidos en
general. A estos compañeros les decimos
fraternalmente que no se puede hacer sindicalismo “independiente” y defender
los intereses de los trabajadores
honestamente “coexistiendo” con los dirigentes “reformistas”, porque estos
son aliados de un sector de la patronal y tienen o aspiran a tener el apoyo
estatal. No hay sindicalismo neutral o autónomo de la política. La política de
los dirigentes reformistas es la conciliación de clases.
¿Cómo
conquistar sindicatos independientes y democráticos?
¿Cuál es la relación entre la independencia
política de la burguesía y la democracia sindical? La burocracia sindical es el
agente de la burguesía en el movimiento obrero. La burocracia necesita imponer un
régimen burocrático en los sindicatos porque, como su razón de ser es la
conciliación con la burguesía y su adaptación al estado burgués, su política va
contra los intereses de los trabajadores. Mientras los sindicatos mantengan una
relación de subordinación a los intereses de la burguesía y al estado burgués
no puede haber democracia sindical en su seno. Sólo una dirección sindical
clasista y revolucionaria, al impulsar un programa independiente de la
burguesía y su estado, al reflejar en su política concreta los intereses
inmediatos e históricos del proletariado, puede basarse plenamente en la
democracia sindical. Las normas estatutarias –a las que le dan mucha
importancia algunas organizaciones trotskistas como el PTS- sólo son un reflejo
relativo de la relación de fuerzas que se expresa en la lucha de clases, pero
no un talismán mágico que por sí mismo pueda evitar la burocratización de la
nueva dirección.
Como
explica Trotsky:
“En otras palabras, los sindicatos no pueden
ser simplemente los órganos democráticos que eran en la época del capitalismo
libre y ya no pueden ser políticamente neutrales, o sea limitarse a servir a las necesidades
cotidianas de la clase obrera. Ya no pueden ser anarquistas, es decir que ya no
pueden ignorar la influencia decisiva del estado en la vida del pueblo y de las
clases. Ya no pueden ser reformistas, porque las condiciones objetivas no dan
cabida a ninguna reforma seria y duradera. Los sindicatos de nuestro tiempo
pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para
la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución,
o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario
del proletariado.” (2)
Coincidiendo con Trotsky, para nosotros es
imposible la existencia de sindicatos reformistas que sean independientes o
semiindependientes de la burguesía y su estado. “En la era de la decadencia
imperialista los sindicatos solamente pueden ser independientes (y democráticos) en la medida en que sean
conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución
proletaria”. “La independencia” no es un “estado pasivo” que se
declama, o una norma estatutaria (como la pretendida “autonomía” de la CTA),
sino que “se expresa mediante actos políticos, o sea mediante la lucha consecuente
contra la burguesía. Esta lucha debe inspirarse en un programa claro, que
requiere una organización y tácticas para su aplicación. La unión del programa,
la organización y las tácticas forman el partido. En este sentido la verdadera
independencia del proletariado del gobierno burgués no puede concretarse a
menos que se lleve a cabo su lucha bajo la conducción de un partido
revolucionario y no de un partido oportunista”. (3)
Para lograr un sindicato independiente de la
burguesía, hay que derrotar a la burocracia sindical. El terreno más favorable
para derrotar a una dirección sindical burocrática es cuando hay un ascenso
importante en las luchas del movimiento obrero, porque es allí cuando se ponen
más en evidencia la contradicción entre los intereses de la base de la clase
trabajadora con los intereses de la burocracia dirigente.
En una situación normal sin movilización de
la base, es muy difícil ganarle a la burocracia mediante las elecciones. Cualquier
activista sindical clasista con un poco de experiencia sabe que si pretende
utilizar las elecciones para derrotar a la burocracia sindical, no sólo deberá
jugar con las reglas de juego impuestas por la burocracia sindical, sino
también en su cancha y con el referí puesto por la burocracia. Sólo con una
amplia mayoría de la base obrera a su favor podrá obtener una primera victoria
que luego deberá refrendar muy probablemente en los enfrentamientos físicos,
porque lo normal es que la burocracia resista con “métodos de guerra civil” la
entrega del aparato sindical que es la fuente de sus prebendas materiales. Allí
no hay estatuto ni argumento legal que valga, sino el apoyo mayoritario real de
la base y la existencia de una vanguardia sólidamente organizada y decidida
hasta a ir hasta el fin en la lucha contra la burocracia.
Aún derrotada la vieja burocracia, la independencia
de los sindicatos con respecto al Estado y la democracia sindical, tampoco son
cuestiones que se puedan “garantizar” votando un estatuto que las establezca. El
estatuto más clasista puede dormir en un cajón. La independencia y la
democracia dependen de la orientación política de la dirección sindical y de la
relación de fuerzas, y se concretan en la práctica de la lucha de clases. La conciliación
obligatoria, por ejemplo, es una de las principales normas legales impuestas
por la legislación burguesa para sujetar al movimiento obrero al arbitrio del
estado, que siempre tratará de favorecer a la patronal. Una dirección sindical
clasista sólo podrá rechazar la conciliación obligatoria –lo establezca o no
una norma estatutaria- si la relación de las fuerzas en lucha está a su favor.
Es decir es una cuestión táctica a evaluar en el marco de una estrategia de
lucha de clases consecuente, es decir de ruptura con la burguesía y su Estado.
En síntesis, sin descartar las maniobras
tácticas que sirvan para hacer avanzar -aunque fuera parcialmente- la lucha
contra la burocracia, el objetivo principal no es luchar por una “nueva
dirección” cualquiera. El clasismo consecuente sólo puede provenir de la
orientación de un partido revolucionario.
Notas:
(1) Y (2) Los
sindicatos en la era de la decadencia imperialista (León Trotsky)
(3) Comunismo y sindicalismo (León Trotsky)
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