jueves, 3 de mayo de 2012

Con el cambio en la jefatura de la CGT: Cristina K quiere asegurarse la subordinación del movimiento obrero a los intereses pro-patronales de su gobierno


Para el 12 de julio está prevista la realización del congreso confederal de la CGT para elegir al nuevo consejo directivo de la CGT. La ruptura entre Moyano y el gobierno de Cristina Kirchner es un hecho irreversible, por lo menos hasta esa fecha, ya que no se puede descartar que si Moyano retiene la conducción de la CGT, aunque debilitado por la lucha interna y por el condicionamiento de los dirigentes que se le oponen, vuelva a buscar un nuevo punto de equilibrio y de acuerdo con el gobierno.
Ni Cristina ni Moyano están interesados en la defensa de los intereses de los trabajadores. Si Cristina se quiere sacar de encima a Moyano es porque éste le estaba reclamando una tajada más importante de poder político a cambio de los servicios prestados manteniendo bajo control al movimiento obrero y dándole el apoyo a su candidatura. Además Moyano hizo pública su aspiración a la sucesión presidencial, cuando en su discurso del acto de River dijo que sería bueno que el próximo presidente fuera “un trabajador”. Cristina no lo quiere bajar a Moyano para poner sindicalistas democráticos y combativos, sino que se apoya en otro sector de la burocracia sindical: “los gordos” como Lezcano (Luz y Fuerza), West Ocampo (Sanidad) y Cavallieri (Comercio) que fueron colaboracionistas de la dictadura y el menemismo, los independientes como Andrés Rodríguez (Upcn), y Gerardo Martínez de la Uocra, cuyas patotas son lanzadas contra las huelgas –por ejemplo- como la de los docentes de Santa Cruz. Este último era el candidato preferido por el gobierno hasta que se hizo público que fue agente encubierto del servicio de inteligencia del ejército durante los últimos años de la dictadura. Ahora el que aparece como candidato más firme a la sucesión es Antonio Caló de la UOM.

La burocracia sindical se pelea por la torta

La decisión del gobierno de desplazar a Moyano desató la lucha interna en la central obrera. En este marco, el 3 de abril se realizó una reunión de los principales dirigentes que buscan desplazar a Moyano, en la cual a “los gordos” y “los independientes”, se sumó el inefable Luis Barrionuevo de la CGT Azul y Blanca, Daer de la alimentación y Fernández de la UTA. Según declaraciones de Lezcano en esa reunión barajaron impulsar una conducción “tripartita”, de manera de unificar a los opositores a Moyano.
Por su parte Moyano aspira a la reelección a la conducción de la CGT para, desde ese posición de fuerza, negociar la impunidad frente a las causas judiciales que lo amenazan, relacionadas con el negociado de los medicamentos truchos de las obras sociales, y para mantener el poder económico acumulado durante los últimos años, por ejemplo, el manejo de Covelia (una empresa de recolección de residuos que mantiene convenios con varios municipios del conurbano), y otros negocios que le permitieron –entre otras cosas- comprar una estancia en Henderson valuada en alrededor de 4 millones de dólares.
La base del movimiento obrero, los trabajadores, están ajenos a esta lucha interna por arriba. A ambas facciones de burócratas los impulsa la preservación de sus intereses y prebendas personales. Por eso ni se les ocurre llevar esta discusión a la base, por la misma razón que nunca hacen asambleas democráticas. No quieren que la intervención de la base los condicione o les vote objetivos y métodos diferentes que les impidan concretar sus acuerdos espurios. Los trabajadores en su gran mayoría saben que los burócratas sindicales son unos tránsfugas y los ven con desconfianza, pero la organización de una oposición clasista a la burocracia no es cosa fácil, porque los activistas clasistas somos doblemente perseguidos por los burócratas y por las patronales y  gobiernos.
Es que desde hace muchos años los sindicatos cegetistas son controlados por la burocracia sindical, que es una casta de dirigentes que tienen grandes prebendas materiales gracias al manejo de los fondos de las obras sociales y a los acuerdos que hacen con las patronales y sus gobiernos, en contra de los intereses de los trabajadores. Por eso estos burócratas, para defender sus beneficios materiales están dispuestos a todo para defender sus “sillones” y sus millones.

Los trabajadores no tenemos nada que esperar de estos dirigentes burocráticos y propatronales, salvo nuevas traiciones. Para que los sindicatos sirvan para luchar por nuestras reivindicaciones, tenemos que organizarnos en agrupaciones clasistas, luchando consecuentemente por las reivindicaciones más sentidas y por la democracia sindical, ganar el apoyo de la mayoría de los trabajadores, y expulsar a estos burócratas de los sindicatos.

Una explicación marxista de la burocracia sindical

Los sindicatos nacieron a principios del siglo pasado como organizaciones de lucha de los trabajadores. Las primeras direcciones sindicales fueron anarquistas y socialistas; luego socialistas y comunistas. Cuando Perón asume la secretaría de trabajo en 1943, tras el llamado “golpe de los coroneles” del GOU (Grupo de oficiales unidos), se apoya en el movimiento obrero, al cual le hace importantes concesiones, lo cual -tras el famoso 17 de octubre de 1945- le permitirá llegar al gobierno. Desde allí mantiene al movimiento obrero como la base fundamental de apoyo político a su gobierno, pero para controlarlo férreamente favorece desde el poder del Estado el ascenso de la burocracia sindical peronista.
Esta relación entre la burocracia sindical y el estado capitalista no fue un “invento” del peronismo, sino una característica general de la época imperialista. Como explica Trotsky:
Hay una característica común, en el desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración, de las modernas organizaciones sindicales en todo el mundo; su acercamiento y su vinculación cada vez más estrecha con el poder estatal. Este proceso es igualmente característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y “anarquistas”. Este solo hecho demuestra que la tendencia a “estrechar vínculos” no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de condiciones sociales comunes para todos los sindicatos.
El capitalismo monopolista no se basa en la competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos trusts, monopolios, bancas, etc., encarnan la vida económica desde la misma perspectiva que lo hace el poder estatal, y a cada paso requieren su colaboración. A su vez los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos – mientras se mantengan en una posición reformista, o sea de adaptación a la propiedad privada- de adaptarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. (...)
Los países coloniales y semicoloniales no están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero. Pero este hecho fortalece, en vez de debilitarla, la necesidad de lazos directos, diarios, prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que, en esencia, dominan, los gobiernos de los países coloniales y semicoloniales. Como el capitalismo imperialista crea en las colonias y semicolonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen un rol de protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Esta es la base social más importante del carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos de las colonias y de los países atrasados en general. Esta es también la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto al estado.”  (1)

Frente a la burocracia sindical cegetista, a principios de los ‘90 se produjo una ruptura y la creación de la CTA, la cual enarbolaba las banderas de un sindicalismo “distinto”, democrático y autónomo, es decir, supuestamente independiente del estado, los gobiernos y de los partidos políticos.
Hay activistas honestos que sostienen que los dirigentes de la CTA no son burócratas porque no tienen prebendas materiales, y que los dirigentes de algunos de los sindicatos adheridos –por ejemplo, algunas seccionales de ATE y algunos sindicatos docentes- mantienen un régimen formalmente democrático, con asambleas y consulta a las bases. Sin embargo nosotros entendemos que el concepto de burocracia sindical se aplica no sólo a los que defienden prebendas materiales, sino a los dirigentes sindicales que son agentes políticos de la burguesía en el movimiento obrero, y como tales no desarrollan consecuentemente la lucha de clases, sino que por el contrario promueven la conciliación de clases, es decir van en contra de los intereses inmediatos e históricos del proletariado. En ese sentido, algunos dirigentes sindicales pueden mantener ciertos márgenes democráticos formales por un tiempo, hasta que la polarización de la lucha de clases los lleva a imponer con métodos burocráticos una política al servicio de algún sector burgués.
Los dirigentes “reformistas” de las dos CTA, tanto Yasky y cía, como los encabezados por Michelli, son correa de transmisión de los intereses patronales en el movimiento obrero. La CTA de Yasky mantiene una relación estrecha con el gobierno kirchnerista (sólo matizada con algunas críticas hechas desde su ubicación de aliado). La CTA de Michelli se ha ubicado como la pata sindical del FAP (Frente Amplio Progresista), siendo su dirigente histórico De Gennaro- unos de los dirigentes y candidatos de ese frente político-patronal encabezado por Binner, en el cual participan también la ex radical Stolbizer, y radicales de la UCR, junto a Libres del Sur y el PCR. La autonomía que figura formalmente en los estatutos es letra muerta en la práctica.

Hay una camada de honestos compañeros, “viejos” militantes, y camadas de nuevos activistas sindicales, surgidos después del 2001, que se volcaron a la lucha exclusivamente sindical, militan en los sindicatos adheridos a la CTA y rechazan a todos los partidos en general.  A estos compañeros les decimos fraternalmente que no se puede hacer sindicalismo “independiente” y defender los intereses de los trabajadores  honestamente “coexistiendo” con los dirigentes “reformistas”, porque estos son aliados de un sector de la patronal y tienen o aspiran a tener el apoyo estatal. No hay sindicalismo neutral o autónomo de la política. La política de los dirigentes reformistas es la conciliación de clases.

¿Cómo conquistar sindicatos independientes y democráticos?

¿Cuál es la relación entre la independencia política de la burguesía y la democracia sindical? La burocracia sindical es el agente de la burguesía en el movimiento obrero. La burocracia necesita imponer un régimen burocrático en los sindicatos porque, como su razón de ser es la conciliación con la burguesía y su adaptación al estado burgués, su política va contra los intereses de los trabajadores. Mientras los sindicatos mantengan una relación de subordinación a los intereses de la burguesía y al estado burgués no puede haber democracia sindical en su seno. Sólo una dirección sindical clasista y revolucionaria, al impulsar un programa independiente de la burguesía y su estado, al reflejar en su política concreta los intereses inmediatos e históricos del proletariado, puede basarse plenamente en la democracia sindical. Las normas estatutarias –a las que le dan mucha importancia algunas organizaciones trotskistas como el PTS- sólo son un reflejo relativo de la relación de fuerzas que se expresa en la lucha de clases, pero no un talismán mágico que por sí mismo pueda evitar la burocratización de la nueva dirección.

Como explica Trotsky:
“En otras palabras, los sindicatos no pueden ser simplemente los órganos democráticos que eran en la época del capitalismo libre y ya no pueden ser políticamente neutrales, o  sea limitarse a servir a las necesidades cotidianas de la clase obrera. Ya no pueden ser anarquistas, es decir que ya no pueden ignorar la influencia decisiva del estado en la vida del pueblo y de las clases. Ya no pueden ser reformistas, porque las condiciones objetivas no dan cabida a ninguna reforma seria y duradera. Los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado.” (2)

Coincidiendo con Trotsky, para nosotros es imposible la existencia de sindicatos reformistas que sean independientes o semiindependientes de la burguesía y su estado. “En la era de la decadencia imperialista los sindicatos solamente pueden ser independientes (y democráticos) en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria”. “La independencia” no es un “estado pasivo” que se declama, o una norma estatutaria (como la pretendida “autonomía” de la CTA), sino que “se expresa mediante actos políticos, o sea mediante la lucha consecuente contra la burguesía. Esta lucha debe inspirarse en un programa claro, que requiere una organización y tácticas para su aplicación. La unión del programa, la organización y las tácticas forman el partido. En este sentido la verdadera independencia del proletariado del gobierno burgués no puede concretarse a menos que se lleve a cabo su lucha bajo la conducción de un partido revolucionario y no de un partido oportunista”. (3)

Para lograr un sindicato independiente de la burguesía, hay que derrotar a la burocracia sindical. El terreno más favorable para derrotar a una dirección sindical burocrática es cuando hay un ascenso importante en las luchas del movimiento obrero, porque es allí cuando se ponen más en evidencia la contradicción entre los intereses de la base de la clase trabajadora con los intereses de la burocracia dirigente.
En una situación normal sin movilización de la base, es muy difícil ganarle a la burocracia mediante las elecciones. Cualquier activista sindical clasista con un poco de experiencia sabe que si pretende utilizar las elecciones para derrotar a la burocracia sindical, no sólo deberá jugar con las reglas de juego impuestas por la burocracia sindical, sino también en su cancha y con el referí puesto por la burocracia. Sólo con una amplia mayoría de la base obrera a su favor podrá obtener una primera victoria que luego deberá refrendar muy probablemente en los enfrentamientos físicos, porque lo normal es que la burocracia resista con “métodos de guerra civil” la entrega del aparato sindical que es la fuente de sus prebendas materiales. Allí no hay estatuto ni argumento legal que valga, sino el apoyo mayoritario real de la base y la existencia de una vanguardia sólidamente organizada y decidida hasta a ir hasta el fin en la lucha contra la burocracia.

Aún derrotada la vieja burocracia, la independencia de los sindicatos con respecto al Estado y la democracia sindical, tampoco son cuestiones que se puedan “garantizar” votando un estatuto que las establezca. El estatuto más clasista puede dormir en un cajón. La independencia y la democracia dependen de la orientación política de la dirección sindical y de la relación de fuerzas, y se concretan en la práctica de la lucha de clases. La conciliación obligatoria, por ejemplo, es una de las principales normas legales impuestas por la legislación burguesa para sujetar al movimiento obrero al arbitrio del estado, que siempre tratará de favorecer a la patronal. Una dirección sindical clasista sólo podrá rechazar la conciliación obligatoria –lo establezca o no una norma estatutaria- si la relación de las fuerzas en lucha está a su favor. Es decir es una cuestión táctica a evaluar en el marco de una estrategia de lucha de clases consecuente, es decir de ruptura con la burguesía y su Estado.
En síntesis, sin descartar las maniobras tácticas que sirvan para hacer avanzar -aunque fuera parcialmente- la lucha contra la burocracia, el objetivo principal no es luchar por una “nueva dirección” cualquiera. El clasismo consecuente sólo puede provenir de la orientación de un partido revolucionario.

Notas:
(1) Y (2) Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista (León Trotsky)
 (3) Comunismo y sindicalismo (León Trotsky)

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